Los titulares recientes en la prensa española dan una idea de la escala que ha tomado el consumo y la economía colaborativa: “Una nueva tendencia económica se abre paso en la agotada cultura del consumo”, “La imparable economía colaborativa”, “El potencial económico del consumo colaborativo”, “De cliente a ciudadano coproductor”, “Consumo colaborativo, la polémica moda del emprendimiento tecnológico”, “Guerra total entre los sectores tradicionales y las nuevas plataformas de consumo colaborativo”, “El consumo colaborativo puede coexistir con la economía tradicional”. Y el que más me gusta, desde El Mundo: “El futuro nunca estuvo tan presente”.
Albert Cañigueral | @albertcanig
Ir a dormir a casa de un amigo o pedirle prestado el coche a un familiar no es nada nuevo: compartir y colaborar se ha hecho toda la vida. La diferencia es que, ahora, estas iniciativas de consumo colaborativo utilizan la tecnología, permitiendo que estos comportamientos, que se han dado desde siempre dentro de los entornos de confianza (amigos, familiares, compañeros de trabajo, etc.), adquieran una escala y una velocidad sin precedentes.
Los servicios de consumo colaborativo facilitan el encuentro entre la oferta y la demanda y ponen en contacto a desconocidos, a la vez que proporcionan los mecanismos necesarios para generar un nivel de confianza suficiente para que los intercambios y las transacciones tengan lugar.
Bienvenidos a la sociedad colaborativa, donde las personas se organizan voluntariamente para crear un valor en común. Una economía directa y distribuida, donde el acceso desplaza a la propiedad y van cayendo las barreras entre la producción y el consumo. Simple y revolucionario a la vez.
Forbes Magazine estimó que los ingresos que se trasladan directamente desde el consumo colaborativo al bolsillo de sus protagonistas superaron, globalmente, los 3.500 millones de dólares en 2013, un crecimiento de más del 25% respecto al año anterior. La economía colaborativa ha dejado de ser una simple forma de aumentar los ingresos en un mercado salarial estancado para convertirse en una fuerza económica disruptiva. Tanto es así que los nuevos modelos de negocio que genera el consumo colaborativo son ya lo suficientemente importantes como para que los reguladores, las empresas tradicionales, la prensa económica y las escuelas de negocio se hayan interesado por él.
Confluencia de factores
El actual boom del consumo colaborativo surge a partir de una confluencia de factores culturales, tecnológicos y económicos:
- Culturales. A partir de la popularización y difusión en Internet de servicios como Flickr, Wikipedia, las redes sociales y los blogs, los usuarios han redescubierto la posibilidad de compartir con otros; han comprobado que en el hecho de colaborar reside el verdadero valor y que el acceso fácil es mejor que la propiedad. Estos mismos valores ahora se aplican fuera de los entornos puramente digitales, sobre todo por aquellos que son nativos digitales.
- Tecnológicos. Estas mismas tecnologías han permitido crear lazos de confianza y colaboración con desconocidos o pseudodesconocidos. Por un lado, las redes sociales y el comercio electrónico nos han permitido empezar a interactuar y a confiar con desconocidos en tanto en cuanto tengamos suficiente información acerca de la otra persona. Por otro, la conectividad permanente en dispositivos móviles ha rebajado las fricciones de entrada para usar estos servicios justo cuando los necesitamos. A menudo se habla del consumo colaborativo como “la tercera ola de Internet”, donde la gente se encuentra online y comparte offline.
- Económicos. La crisis, la reducción de la renta disponible y la limitación del crédito han facilitado que muchos usuarios hayan usado por primera algunos de los servicios colaborativos. Y una vez experimentados de primera mano los beneficios económicos y sociales de estos servicios resulta difícil volver atrás. Se da la circunstancia de que, a raíz de este entorno complicado, mucha más gente muestra comportamientos de early adopter, aunque el trasfondo cultural lleva tiempo en desarrollo.