Todo lo que se mueve alrededor de las startups está en plena efervescencia, aunque muchos directivos, empresarios e inversores de corte más tradicional miran con una mezcla de interés y cautela la inversión en este tipo de proyectos. Por un lado les anima la promesa de astronómicas plusvalías, pero, por otro lado, les frenan las altas valoraciones y el desconocimiento de las dinámicas de este tipo de inversión.
Javier Megías | @jmegias
No cabe duda de que vivimos una época de oro para el ecosistema startup: grandes operaciones de compraventa (los famosos exits), inversiones millonarias, fusiones, contratos. Pero en este contexto de exaltación, algunos ya hablan de la existencia de burbujas y, aunque algo de eso sí que hay, esto contribuye a incrementar el recelo de los inversores, especialmente los de corte más tradicional. Pero, en mi opinión, no se trata tanto de una burbuja inversora (las más graves) como de una burbuja mediática.
En cualquier caso, es importante tener claros algunos conceptos antes de empezar a invertir en startups.
Claves de la inversión
Si lo analizamos desde el punto de vista financiero, la inversión en startups es un activo de alto riesgo y alto retorno (potencial). De esta forma, es recomendable invertir un porcentaje pequeño de nuestro patrimonio —invertir siempre el dinero que uno se pueda permitir perder— y siempre debería ser parte de una estrategia diversificada de inversión.
Sí, es cierto que es posible multiplicar por hasta dos dígitos la inversión hecha y que, en algunos casos, los retornos son astronómicos… pero no es la norma. En general, se suele decir que de cada diez inversiones que uno hace en startups, tres o cuatro de esos proyectos cierran antes de cinco años; otros tres o cuatro son rentables pero no generan grandes retornos (y por tanto no son especialmente interesantes); y solo una o dos son realmente rentables, tanto como para cubrir las pérdidas de las otras inversiones y además generar un retorno interesante.