¿Vamos hacia una casa con sillas Google y neveras Amazon? ¿Tu próximo colchón va a ser Apple? Y, en este caso, ¿Qué actividad va a registrar? ¿Voy a poder hacer mi dieta o en España todos los martes se va a cenar gazpacho? ¿Habrá también un SEO de productos de supermercado para estar lo mejor posicionados posibles en el buscador de mi nevera?
Iván Martín | @mbermejoivan
Dentro de lo que conocemos como tecnologías de la era digital encontramos las cuatro tendencias clave en la Transformación Digital, que se agrupan en el acrónimo SMAC: Social Media, Mobility, Analytics – Big Data – y Cloud Computing.
En este contexto, el de un nuevo escenario donde todo tiene un reflejo social, donde todo lo que es, debe poder ser consumido de forma ubicua, tenemos como imperiosa necesidad la de ser capaces de gestionar grandes cantidades de datos y acceder a sistemas de computación más potentes que los que la mayoría de las empresas pueden disponer por sí mismas.
Y, sin duda, en ello estamos; en este ecosistema las empresas y las personas están abrazando todas las tecnologías de la era digital con avidez; los fabricantes y proveedores se están lanzando a poner a disposición de los usuarios todo tipo de soluciones que recogen estas tecnologías y que se integran ya en nuestra vida diaria de forma tan plástica que ni siquiera somos consciente de que estamos usando tecnología tan avanzada.
Y en esta composición, Internet de las Cosas –IoT– es un exponente perfecto de todo lo que ponen a nuestro alcance las tecnologías de la era digital. Es la conectividad de todo: los objetos que usamos, los dispositivos que llevaremos puestos, los lugares por los que pasamos, la interacción con las ciudades inteligentes…, todo puede dejar una huella de nuestro paso y registrar la información de nuestro uso. Nuestra información.
Y esa información la podemos usar nosotros mismos, en aplicaciones como la “neo-salud”, la domótica o en los coches conectados; y también la podrán utilizar entidades públicas y privadas para todo tipo de tareas: desde el control del tráfico hasta la creación de campañas basadas en una expectativa de evolución de nuestras intenciones de compra en un sentido u otro.
Más que nunca, la información es poder. Y ahora está claro que podemos obtenerla, manejarla y aprovecharla más, tanto que la conocida expresión “crecimiento exponencial” queda muy corta.
Y este escenario, en el que podemos, la pregunta es si debemos. ¿Debemos conectarlo todo? ¿Tiene sentido? Personalmente, me atrevería a decir que no.
Decir NO a la hiperconectividad de las cosas
Es una postura difícil. Suena a oposición al progreso, a miedo al cambio; pero creo que existen argumentos que demuestran que este cambio no es en realidad un progreso, en el sentido al menos en el que las sociedades modernas parece que quieren progresar.
Sin ánimo de ser exhaustivo, se podría decir que las nuevas sociedades, las nuevas generaciones, los millenials y demás, están buscando una sociedad más comunitaria, más abierta, donde haya más opciones que tengan cabida y que puedan existir al margen de las corrientes mayoritarias o de éxito.
Se busca también un uso distinto de los recursos: naturales, económicos, etc. No se trata de acumular o poseer cosas. Lo que quieren es acceder a un producto o servicio sólo cuando sea necesario. Compartir recursos para maximizar su utilidad.
Y también está en el ánimo de esta nueva generación la avidez por descubrir cosas nuevas, por conocer notas culturales o aspectos de la vida que están fuera de mi zona, de mi ámbito. En definitiva, de mi histórico.
Estos tres argumentos, la integración de diferentes formas de entender la vida en una misma comunidad global, la elusión de la propiedad cuando es innecesaria y la curiosidad por descubrir, son los que nos hacen dudar de la aceptación social de una implantación masiva de las cosas conectadas.
¿Vamos hacia una casa con sillas Google y neveras Amazon? ¿Tu próximo colchón va a ser Apple? Y, en este caso, ¿Qué actividad va a registrar? ¿Voy a poder hacer mi dieta o en España todos los martes se va a cenar gazpacho? ¿Habrá también un SEO de productos de supermercado para estar lo mejor posicionados posibles en el buscador de mi nevera?
En el ámbito de la acumulación de datos ¿Cuánto va a costar almacenar ‘todo de todos’? En términos de computación y también pensando en la huella ecológica de todos esos centro de cálculo trabajando sin parar. ¿Las empresas que no se puedan permitir dotarse de un marketing basado en el big data van a poder sobrevivir?
Por último, ¿Queremos que un algoritmo que analiza nuestros hábitos y experiencias pasadas decida cuál va a ser la oferta que nos hagan llegar en el futuro? ¿Y si ya no quiero consumir más series policiacas, mi tele me va a seguir dirigiendo a temporadas y temporadas de CSI?
Y en la empresa ¿Qué espacio van a tener las ideas innovadoras frente al área de análisis de datos que sabe ‘a ciencia cierta’ lo que les gusta hoy a los consumidores? Vamos, que si hubieran utilizado Internet de las Cosas y big data aquellos que inventaron el primer coche, hubieran puesto sus esfuerzos en hacer ‘caballos más rápidos’, apoyándome en la conocida frase de Henry Ford.
Todo esto, sin entrar en el tema de la privacidad, la seguridad y…. ¿hasta cuándo voy a arrastrar en el coste de mis seguros aquella vez que me salte un semáforo con 19 años?
Un último juego de palabras. Estar alerta para evitar que esto de relacionar las cosas, no se acabe convirtiendo en cosificar las relaciones.