No se vosotros, pero yo he oído en muchísimas ocasiones la expresión: “no estamos ante una época de cambio, sino ante un cambio de época.” Y tanto lo he oído que me lo he cuestionado. He pensado ¿será verdad? y, lo que es más importante, ¿cómo puedo saberlo?
La conclusión a la que he llegado es desalentadora. La verdad es que no lo sé y creo que no lo podré saber. No se puede hablar del impacto de un momento histórico sin la perspectiva del paso del tiempo, ni tampoco se puede tildar un momento de histórico sin ponerle un apellido: político, técnico, social… No obstante, creo que hay una característica singular de nuestros días que, si me permitís, es ciertamente original y tiene relación con la tecnología: la inteligencia del ser humano individual se ha visto superada por el conocimiento accesible para la sociedad.
Interpretación
¿Qué quiere decir esto? A día de hoy no hay nadie con más conocimiento que el que cualquiera de nosotros tiene al alcance de su smartphone. Tenemos un conocimiento total de nuestro entorno. Y no sólo me refiero a la información, a los datos, sino también a la interpretación, que es el verdadero conocimiento. Por ejemplo, sólo necesito acudir a Google unos minutos para acuñarme una opinión sobre la ideología que rige la política económica en Australia. Una opinión que, al menos en mi foro interno, va a ser tan válida como la que más.
Las decisiones de las empresas no se basan en expertos o en gurús con una “intuición” superior para la materia, si no en sistemas que procesan cientos de miles de datos por segundo y que devuelven un resultado. Se decía que “el saber no ocupa lugar”, pues ahora además “no tiene mérito”. Lo verdaderamente importante es la capacidad de interpretar el saber. Y es que la información ha perdido valor.
Realidad filtrada
Es cierto que yo puedo acceder al acta literal de la rueda de prensa del Consejo de Ministros o al BOE, pero no quiero hacerlo. Quiero ir a mi periódico o radio, donde me va a contar lo que se ha acordado, la lectura entrelíneas, y lo que va a suponer para mí. Además, tengo muchos temas al alcance, así quiero un flash, un tweet, quiero que me digan si he de pensar que lo que ha sucedido es bueno o es malo. Lo singular de nuestra época es que vivimos en una realidad “filtrada”. Aunque podemos conocer todos los hechos exactos, digerirlo nos supera. Así que acudimos a nuestro “interpretador de confianza”. Sea un medio de comunicación o una hoja de Excel.
Para nuestra propia presentación a la sociedad somos nosotros quienes queremos controlar ese filtro. Si los demás van a conocer de mí sólo un flash, o sólo un perfil, voy a ser yo quién se lo dé de la forma en me conviene. Pensadlo, ¿Creéis que detrás de todo buen “personal branding” hay un buen profesional? O, en otro ámbito, ¿A cuántas personas conocéis y de cuántas personas conocéis su perfil de Facebook? Seguramente es la misma proporción que hay entre la realidad que conocemos tal y como es, y la realidad que conocemos cómo hemos decidido que alguien nos cuente.